Voet escribió un polémico libro titulado ‘masacre en cadena’ en el que cuenta, por ejemplo, que Virenque era el que «empujaba a sus compañeros del Festina al consumo en el periodo de preparación para el Tour. A partir de 1994 Virenque se informaba sobre el desarrollo de las operaciones relativas a la EPO y a la hormona del crecimiento». Según Voet, el Festina había implantado incluso un sistema de descuento de dinero de las nóminas según el consumo de productos para que «anticipaba los fondos».
En mi libro solo escribí sobre cosas que vi con mis propios ojos. Nunca trabajé con Lemond o esos otros grandes campeones, así que no puedo decir con certeza que estuvieran haciendo eso. Pero prácticamente todos los buenos corredores con los que trabajé en los 80 y los 90 estaban tomando drogas. Y eso también era cierto en los años 80. De los aproximadamente 500 ciclistas que traté en su carrera, ¿cuántos no tomaron medicamentos para mejorar su rendimiento? Puedo contarlos con los dedos de una mano y si soy generoso con dos manos como mucho.
Quien habla de manera tan descarnada sobre una época oscura del ciclismo y deja caer la duda sobre grandes campeones es Willy Voet, el masajista del polémico equipo Festina. Voet se hizo famoso porque en 1998 fue cazado por la policía francesa de aduanas cuando viajaba en su automóvil con ciertos de dosis de EPO destinadas a dopar a los ciclistas del equipo Festina.
Voet denuncia también que se intercambiaba los productos dopantes con colegas de otros equipos, entre ellos el Lotto. «Muy a menudo asistí a discusiones entre los médicos de los equipos, cuyo objetivo era invariablemente la preparación (de productos de dopaje)». Al aludir a otras carreras, como el Giro de los Criterium, sucesivo al Tour, Voet menciona el caso de dos grandes corredores belgas, cuyos nombres no revela, con las que compartía la habitación y donde se preparaban los «cócteles más explosivos».
«Los corredores se reunían, a menudo siete u ocho, a veces en grupos más pequeños. Todo ocurría en familia, como también, con varios días de anticipación, se fijaba en familia el resultado de la carrera», señaló. Después del almuerzo, «se procedía a menudo de la forma siguiente: en un gran recipiente cada uno «metía» algo. Que si una ampolla de Pervitin, otra de Tonedron, una de Md…Una copa común, por decirlo de algún modo, que una vez mezclada ‘se servía’ a cada uno por via subcutánea.»
El ex masajista cuenta en ese libro algunas de las técnicas empleadas para burlar los controles, entre ellas la de acudir a los análisis con el brazo escayolado y ofrecer a los médicos una orina que los corredores escondían en un preservativo oculto en el vendaje.
Otro sistema para echar en el recipiente del control una orina «limpia» era mucho más asombroso. Consistía en un tubo de goma, flexible y rígido al mismo tiempo, en una de cuyas extremidades se introducía un tapón de corcho y en la otra un preservativo. «Para mayor precaución se le pegaban pelos de moqueta o simplemente pelos en la parte del tubo que quedaba fuera del profiláctico», escribe Voet.
«El preservativo se extendía por el ano…»
En el vehículo del equipo donde los corredores iban a cambiarse antes de pasar el control, se pasaba a la segunda fase: se introducía en el ano la extremidad del tubo que llevaba el preservativo, se inyectaba con una gruesa jeringuilla orina «normal», se cerraba el tubo y se pegaba a la piel, adhiriéndolo al perineo, hasta la base de los testículos.
Con ello se explica la utilización de pelos, para camuflar el tubo en el caso de que el médico inspector decidiese agacharse para verificar sin todo estaba normal. «El preservativo cargado de orina se expandía en el ano y, además, ofrecía la ventaja de conservar el líquido caliente», indica. Luego se retiraba el tapón de corcho y se vertía en la probeta la orina «limpia». «He usado esta estratagema durante tres años con toda tranquilidad», señala Voet.
El ex masajista precisa que el «maquiavelismo» llevaba a algunos corredores al dolor extremo. «En algunos equipos, el médico, a veces un especialista urólogo, recogía la orina de los corredores antes del dopaje. En algunos casos, si era necesario, llegaba a la uretra con la jeringuilla, a una profundidad de dos centímetros, para inyectar la orina limpia. Había que apretar los dientes. Y los apretaban».