El Ineos gobierna en Euskadi. Es el lehendakari de las dos ruedas. En una cuesta final de 500 metros apto para instalar un rocódromo, Carlos Rodríguez, un chaval de Almuñécar de rostro anguloso que acaba de cumplir 21 años y tiene cara de no haber roto un plato, se estrenó en el campo profesional, al que dio el salto directamente desde juveniles tras formarse en la Fundación Contador.
Conmovió a la entregada afición vasca una de las grandes promesas del ciclismo español, un estandarte de la nueva generación. Se anotó la quinta etapa de la Itzulia echando la lengua al asfalto por el descomunal esfuerzo.
La llegada fue heroica, con los gallos, todos menos Roglic, dando bocinazos pidiendo paso por detrás, y él resoplando con sus últimas gotas de energía. Supo jugar sus bazas, ‘chupar’ la rueda de un enorme Soler durante la escapada del día, y al final tuvo un pequeño muelle para saltar por la línea de meta de Mallabia. Tras la victoria de ayer a cargo de Daniel Felipe Martínez, hoy doblete para el Ineos: primero Rodríguez y a continuación, el propio ciclista colombiano.
La imagen de la jornada era el reguero de corredores llegando exhaustos a la pared de Mallabia. Ninguno pudo levantarse el sillín por miedo a que le patinara la rueda trasera, especialmente por las zonas ‘tatuadas’ con nombres de ciclistas en el asfalto.
Le pasó en el último suspiro a Vingegaard, que se echó encima de un Vlasov al que se veía con enorme potencia para buscar al fugado. Tuvieron que entrar a pie, acompañando a la bicicleta, algo a lo que están obligados, porque en los 20 metros que quedaban resultaba materialmente imposible cabalgar sobre la máquina desde parado.
El propio ganador granadino tuvo un amago de perder adherencia con la rueda trasera justo en la penúltima pedalada.
Roglic entró con cara risueña, aunque perdió la txapela (a 1:15). Era como despreciar su tercer triunfo en la ronda vasca. O es que no andaba tan fuerte como todos pensaban. Aparentemente parecía el gran fracaso del Jumbo. El esloveno restó trascendencia al batacazo. Afirmó que todo había ido como pensaban, con Vingegaard cotizando fuerte en la bolsa del amarillo. Así que cero dramas. Evenepoel aprovechó todo este galimatías para ponerse al frente en la general, con dos segundos de ventaja por delante de Daniel Felipe Martínez. El pelotón principal llegó a un mundo; 20 minutos.
La imagen de la jornada era el reguero de corredores llegando exhaustos a la pared de Mallabia. Ninguno pudo levantarse el sillín por miedo a que le patinara la rueda trasera, especialmente por las zonas ‘tatuadas’ con nombres de ciclistas en el asfalto.
Le pasó en el último suspiro a Vingegaard, que se echó encima de un Vlasov al que se veía con enorme potencia para buscar al fugado. Tuvieron que entrar a pie, acompañando a la bicicleta, algo a lo que están obligados, porque en los 20 metros que quedaban resultaba materialmente imposible cabalgar sobre la máquina desde parado. El propio ganador granadino tuvo un amago de perder adherencia con la rueda trasera justo en la penúltima pedalada.
Roglic entró con cara risueña, aunque perdió la txapela (a 1:15). Era como despreciar su tercer triunfo en la ronda vasca. O es que no andaba tan fuerte como todos pensaban. Aparentemente parecía el gran fracaso del Jumbo. El esloveno restó trascendencia al batacazo. Afirmó que todo había ido como pensaban, con Vingegaard cotizando fuerte en la bolsa del amarillo.
Así que cero dramas. Evenepoel aprovechó todo este galimatías para ponerse al frente en la general, con dos segundos de ventaja por delante de Daniel Felipe Martínez. El pelotón principal llegó a un mundo; 20 minutos.
Otra etapa memorable, que ya comenzó con encendida pasión. Pello Bilbao dibujó un esquema intrépido en su cabeza en el desayuno. Atacar antes de entrar en Ea, bajar a tumba abierta y que alguien le echara una mano en los cien kilómetros restantes. Se llevó a compañeros de viaje ajenos a su equipo, eso sí.
Luis León cumplió con la segunda parte del plan. Pero Quick-Step y Jumbo unieron fuerzas por intereses conjuntos (etapa y general) y el murciano claudicó. Así que Neil Stephens, el director del Bahrain, ordenó a Bilbao levantar el pie. No lo recibió de buen grado, pero con la mente en frío era lo lógico, porque se iba a quemar innecesariamente.
Los que sí persistieron fueron Soler y Carlos Rodriguez, el gran protagonista del día. El primero estaba a 1:08 en la general, y como amasaron un techo de cuatro minutos, llegó a ser líder virtual. Matxin apostó su sueldo por él. Hizo todo el desgaste en la fuga, una portentosa exhibición, con el andaluz del Ineos pegado a su rueda. La etapa fue movida, con viento y algo de agua.
Al imprimirse mucha velocidad y estar presidida por la tensión, hubo muchas caídas e incidentes; alguna, como la de Hamilton, superando el quitamiedos, implicó la retirada, tras evaluar daños tranquilamente sentado. Elissonde y Samitier se descolgaron de la fuga y fueron absorbidos antes del esprint de Abadiño.
Por Karabieta se lanzaron Herrada y Fraile. Luis León se puso de nuevo manos a la obra por detrás. Vingegaard vio un resquicio y fue a por todas, con Mas, Martinez y Vlasov, a los que luego se unió el inquieto Bilbao. Pillaron descolocado a Roglic, al que le parecía dar igual ese desorden.
Quedó cortado y no hizo ni el mínimo amago por irse a por los gallos. A 14 kilómetros de coronar Karabieta, se evadió Carlos Rodríguez. Soler fue neutralizado con el grupo de atrás y se quedó en él. La lluvia fina se convirtió en un chaparrón para dar pinceladas épicas a la etapa.
Carlos Rodríguez soñaba con su estreno en un World Tour, aunque Vlasov trataba de negárselo. Tenía que superar una pendiente final cercana al 18 por ciento, medio kilómetro terrible y especialmente 300 metros que provocaban pavor. No llegaba nunca la pancarta de meta. Y al fin tras la cortina de agua, la superó. Emoción sin límite para él. Ya se ha destapado de ese manto protector de los novatos a los que se mira con ternura, le conoce todo el mundo.
Eso sí, va dando pasitos firmes en una evolución imparable hacia el despegue en la élite: fue tercero en Valencia y cuarto en Andalucía. Ahora le queda lo más difícil y al mismo tiempo bonito: engordar el palmarés.
Mañana, sábado, la decisiva sexta y última etapa sale de Eibar y finaliza en Arrate, también en la localidad armera. Un recorrido de 135,7 km. con siete altos puntuables, tres de ellos de Primera: Azurki, Krabelin y Usartza. Los dos últimos subidas a Arrate por vertientes diferentes y Usartza a 2,5 km. de la tradicional meta junto al Santuario.