En CRCiclismo aplaudimos al doctor Félix Murillo por esa labor social de manera desinteresada que durante mucho tiempo cambió vidas en niños de los barrios del sur.
Apasionado por los controles antidopaje y por el Ciclismo de pista, el doctor Félix Murillo regaló esperanza a muchos niños y jóvenes de los barrios del sur con sus escuelas de verano. Sin imaginarlo, así contribuyó enormemente para que a esas personas les cambiara la vida por completo.
No cobraba un cinco y resulta incalculable la cantidad de niños provenientes de San Sebastián, Sagrada Familia, Barrio Cuba, Cristo Rey, Colonia Kennedy, Hatillo y otros barrios del sur que esperaban con ilusión esas escuelas de verano.
Muchos de esos niños provenían de familias compulsas, complicadas, rodeados de drogas y en círculos de violencia que posiblemente llegaban a la cita sin desayunar. Pero en esas escuelas de verano el doctor Félix Murillo les entregaba una bicicleta y en esos pedalazos se forjaban sueños.
No importaba si aquel chiquillo tenía condiciones o no para el ciclismo, porque se trataba de algo más importante: de ayudarlos a tener una mejor calidad de vida.
“Yo nunca pensé en eso. Simplemente uno podía ver el montón de chiquillos que llegaban, de todos estos barrios. Y la felicidad de ellos cuando uno llegaba y los medía y buscaba la bicicleta y se las entregaba”, recordó el Dr. Félix Murillo.
Aquel entrenamiento de esos chiquillos él lo recuerda como algo maravilloso, porque él también disfrutaba de todo lo que veía. Hoy lamenta que esas vacaciones de tres meses se quedaran en el olvido.
“Porque antes el curso lectivo empezaba en marzo, entonces uno podía tener dos meses mínimo de entrenamientos al aire libre y eso era riquísimo con estos muchachos. Ahora, los últimos que tuve, pues las clases empezaban en febrero. ¿Qué pasó? Ya en la segunda semana decían algunos, mire, es que no podemos porque nos vamos a ir a pasear a Puntarenas, Guanacaste, a Limón, o qué sé yo. Y se llevaban a los chiquillos”.
Los tiempos cambian, pero él considera que eso no está bien. Recordó que en aquella época, doña Ruth llegaba y le decía qué cosas faltaban. Entonces se lo llevaba al Centro Comercial del Sur, muy cerca del velódromo y llenaba el carrito de compras.
¿De dónde salía eso? Del mismo bolsillo que cortaba el pasto, que pintaba el velódromo, y a él no le importaba.
“Lo bonito era que los chiquillos llegaban, desayunaban y doña Ruth les daba el fresquito y el sandwichito. Y había comprado refrigeradora, termos, bueno, de todo teníamos ahí. Yo no sé si estará todavía, pero de todo eso había. Y lo mejor era que muchos de esos muchachos siguieron estudiando”, mencionó.
Con el paso del tiempo, esos niños se hicieron adultos que él no reconoce, pero ellos donde lo ven saben quién es. Así se ha encontrado a varios.
“Sé que hay odontólogos, hay médicos, hay abogados de esos chiquillos. Otros me los he encontrado, ellos me reconocen a mí, yo no los reconozco, cuando me dicen, ah, usted es don Félix. Sí. Ah, mire, yo soy fulanito y ahora sí, un chiquillo de nueve años, diez años. Y eso fue para mí una felicidad”, indicó.
Aparte de la lucha por los controles antidopaje, por el velódromo y por el ciclismo de pista, el doctor Murillo tiene un gran mérito por esa labor desinteresada en la que rescató a muchos jóvenes, de cualquier situación que no era la adecuada, y los impulsó a encaminarse hacia otra parte.
Aunque eso también le generó uno que otro dolor de cabeza. ¿Cómo? Resulta que él siempre les hacía una fiesta a los participantes de la escuela de verano, sin importar que se gastara 120.000 colones. Él iba con tarjeta en mano y eso iba a los registros de cuentas sin pagar.
“Pues resulta que alguien se dio cuenta, de esos que llegaban, entiendo que era un abogado, y llegaba a andar en bicicleta en las mañanas, y me acusó, ante el Icoder, de que yo hacía fiestas con los recursos que me daba el Icoder anualmente”, relató.
Ante eso, Alba Quesada le mandó una nota pidiéndole explicaciones sobre la situación. Él simplemente respondió que fuera a Financiero y preguntara que cuántos años tenían ahí de no darles ni la mitad de un cinco.
“Ella lo entendió muy claramente, y le contestó a esta persona, que investigara en el Departamento Financiero las liquidaciones mías, sobre esos supuestos dineros que me estaban dando, y que yo estaba gastando en niños. Pues bueno, me imagino que fue, porque nunca más volvió a decir absolutamente nada. La gente habla, pero no saben lo que dicen”, destacó el hombre que sacando dinero de su bolsa le regaló alimento, esperanza y le enseñó el amor por la bicicleta al futuro del país.
Niños que hoy son adultos de bien, profesionales.
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